1.- ASUMIR LA PROPIA CRUZ
Por José María Martín OSA
1.- Negarse a sí mismo y cargar con la cruz.
Hoy Jesús anuncia a los discípulos que tenía que subir a Jerusalén y
que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley
le harían sufrir mucho hasta matarlo. Pero al tercer día resucitaría.
Pedro, que poco antes había confesado su fe en Jesús como Hijo de Dios
vivo, se niega a aceptar la posibilidad de la muerte violenta de Jesús.
Pero Jesús le dice que es Satanás porque quiere tentarle al pensar
como los hombres y no como Dios. Pedro ve las cosas desde el punto de
vista mundano. Esperaba un tipo de Mesías como rey poderoso capaz de
devolver la independencia a Israel. Es un mesianismo político que
contradice el sentido de lo que Jesús vino a enseñarnos. El que quiera
ser discípulo de Jesús debe negarse a sí mismo y cargar con la cruz. El
poder de Jesús se muestra en el sufrimiento, en el perdón del enemigo,
en la misericordia con todos, incluso con los amigos que le
traicionan.
2. – La tentación de abandonar.
El que es consecuente con su fe tiene que asumir la posibilidad de ser
incomprendido, ridiculizado y hasta perseguido. Es la experiencia
sufrida por Jeremías, que se dejó seducir por Dios. El texto emplea el
verbo hebreo "patáh", que refleja el sentimiento de una joven que ha
sido seducida y burlada. Jeremías se encuentra solo y abandonado, es
objeto de la burla y el ataque de sus enemigos. Le ha tocado anunciar
desgracias si no se arrepentían de su mal obrar. No le han hecho caso y
le han perseguido. Surge entonces la tentación de abandonar: "No me
acordaré de él, no hablaré más en su nombre". Pero no puede callar,
pues la Palabra de Dios habita en él como un fuego devorador que no
puede resistirse a anunciar. Por eso sigue adelante con su misión,
consciente de la llamada que ha recibido. Jesús también pudo sentir el
abandono de todos en la cruz, se preguntaba el porqué de su
sufrimiento, peo se puso en las manos del Padre para hacer su voluntad.
San Agustín, cuya fiesta celebramos hace tres días, ensalza el ejemplo
de los mártires y de los primeros cristianos perseguidos que fueron
simiente fecunda de nuevos cristianos, pues "¡cuán grande es la
esperanza de la mies a la que precede el sembrador!". ¿Somos nosotros
consecuentes con nuestra fe a pesar de las incomprensiones, de las
burlas y las persecuciones de nuestro tiempo?
3. - La cruz de Cristo nos libera.
La cruz era en tiempos de los romanos un instrumento de tortura
ignominioso reservado a los más terribles criminales. Jesús fue
sometido a la muerte de cruz. Y lo hizo por amor, como el joven de la
historia del principio, que estaba dispuesto a dar la vida por su
hermano. Desde entonces la cruz ha perdido su sentido negativo y se ha
convertido en signo del cristiano. No es símbolo de muerte o de
fracaso, sino que tiene un sentido redentor y salvador. Asumir la
propia condición y aceptarla es una demostración de que seguimos a
Jesús. Cada cual tenemos nuestra propia cruz, llevarla con entereza y
ayudar a los demás a llevar la suya es un signo de amor y de entrega.
No se trata de resignarse pasivamente o de conformarse porque no queda
más remedio. Ni el cristianismo no es una religión dolorista, ni el
cristiano es un conformista apocado que se conforma con cualquier cosa,
sino alguien que lucha contra la injusticia y el dolor absurdo
provocado por el egoísmo del hombre. El que pierde su vida por
Jesucristo la salva. La cruz nos ayuda a superar las dificultades y
asumir el dolor propio y ajeno. Conocí a un santo sacerdote que llevaba
siempre una cruz en su bolsillo y la apretaba fuertemente con su mano
cuando precisaba la ayuda del Señor en el momento de la prueba. La cruz
de Cristo nos libera de todas nuestras esclavitudes y nos llena de
vida. Por eso muchas personas, sobre todo los jóvenes, la llevan sobre
su pecho.
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